Roma,
15 de octubre de 2012
A
los presbíteros y seminaristas
de
la diócesis de Rafaela
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Mis
queridos hermanos:
Quiero
llegar hasta ustedes a través de esta carta para compartirles algo
de la intensa experiencia que estoy viviendo en estos días, al
participar de la XIII° Asamblea ordinaria del Sínodo de los
Obispos. Se trata de una gracia singular que agradezco a Dios y a los
hermanos obispos que me eligieron, junto a Mons. Bressanelli y Mons.
Lozano, para representarlos en esta ocasión.
Me
pregunté cuál sería la mejor forma de hacer partícipe a la
diócesis de esta experiencia eclesial y llegué a la conclusión que
ustedes, mis “próvidos
colaboradores” (y quienes se
preparan a serlo), serían los más indicados para transmitir a todas
las comunidades, del modo que lo juzguen oportuno, lo que acá les
comparto. Ustedes verán si conviene leer algunos párrafos de la
carta (no quiero abusar de textos a leer en las misas…), si
trabajarlo en los Consejos Pastorales o con algunos agentes
pastorales, si hacer Ustedes mismos una presentación sintética...
La idea es que la diócesis pueda recibir más palpablemente algo de
este momento tan rico de la vida de la Iglesia y del que,
providencialmente, estoy siendo un protagonista bastante directo.
Lo
primero que quiero compartirles es precisamente la fuerte
sensación
de estar siendo acompañado por todos ustedes. A través de distintos
modos me llegan testimonios del clima de oración y expectativa que
ha suscitado mi presencia en el Sínodo. Esto revela con claridad la
naturaleza de una asamblea sinodal. Aunque seamos unos pocos los que
la protagonizamos directamente, es toda la Iglesia la que se
enriquece. Para ella y para el mejor desarrollo de su misión es que
estamos trabajando (¡y mucho!) en estos días. En el mensaje para
el inicio del Año de la Fe les decía que los traía en el corazón
y los encontraba en cada Eucaristía, pero ahora puedo decirles que
constantemente los tengo presentes: al escuchar las intervenciones de
los hermanos obispos, al comparar situaciones, al compartir desafíos;
en fin, al pensar nuestra realidad pastoral y discernir sus
horizontes, inevitablemente vuelvo a la diócesis y pasan por mi
cabeza y corazón personas, comunidades, programas en marcha y
proyectos. Y también algunas preocupaciones.
No
quiero hacer una crónica de estos días que vamos transcurriendo
para no quedar en lo anecdótico ni ser demasiado tedioso en mi
relato. Sin embargo no puedo dejar de mencionar la misa de apertura
del Sínodo, el domingo 7 de octubre, en la plaza de San Pedro. En
ella, además, el Papa declaró Doctores
de la Iglesia a San Juan de
Ávila y a Santa Hildegardis de Brixen. Es muy significativo que el
Papa haya querido ligar estas dos figuras a la nueva evangelización:
uno fue un santo pastor, auténtico renovador de la vida eclesial de
su tiempo, dedicándose a la formación integral de fieles y clero.
La otra, una santa monja benedictina, maestra de oración y de sólida
espiritualidad. Me parece encontrar aquí dos pistas muy concretas
que el Papa nos está proponiendo para avanzar en la nueva
evangelización. Junto a esta misa debo mencionar la otra, también
celebrada en la plaza de San Pedro el 11 de octubre, para dar inicio
formal al Año de la Fe y celebrar los 50 años de la apertura del
Concilio Ecuménico Vaticano II y los 20 años de la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica. Además de varios signos muy
expresivos tenidos durante la celebración, la presencia del
Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y del Primado de la
Comunión Anglicana, Rowan Williams, fueron como un icono
de la unidad querida por Jesús y buscada con el Concilio. Las
homilías de ambas misas son catequesis extraordinarias del Papa, que
merecen la lectura serena, orante y reflexiva de todos nosotros.
En
cuanto al desarrollo de la Asamblea he pensado sintetizar mi
comentario en cuatro grandes puntos, cada uno de los cuales daría
para una más larga y precisa consideración. Sólo apuntaré las
líneas fundamentales y dejo para mi regreso su tratamiento más
detallado.
Lo
primero que quiero señalar es que estamos viviendo una profunda
experiencia de catolicidad;
es decir, estos días palpamos casi materialmente lo que significa
que la Iglesia es “católica”: la diversidad de lenguas, la
diversidad de ritos y estilos, la diversidad de itinerarios
pastorales y espirituales, la diversidad de historias... Sin embargo
esta diversidad se vive en profunda unidad, con la conciencia de una
filiación que nos vincula y nos hace hermanos. Filiación y
fraternidad que se fundan en el Dios-comunión que todos profesamos
en el Credo, pero que se “sacramentaliza” en la Iglesia, con el
“padre común” que nos hermana. La figura del Papa marca
notablemente estos días. No sólo porque preside las celebraciones
eucarísticas comunes o porque participa de casi todas las
congregaciones generales (así se llaman las sesiones plenarias),
sino porque es referencia permanente de todas las actividades. Su
presencia en las congregaciones generales es ejemplar: atenta y
discreta, paciente y prolongada. Un ejemplo del valor del “estar
gratuito” que debe caracterizar a todo auténtico pastor. La
catolicidad se extiende a otras realidades eclesiales, más allá del
Sínodo. Recibimos constantes invitaciones de Religiosas,
Movimientos, Instituciones que quieren hacernos partícipes de su
vida y actividad. De paso les cuento que estuve con la comunidad de
Roma de las Asistentes Sociales Misioneras; como siempre, cordiales y
acogedoras. También tengo una invitación de la Superiora General de
las Esclavas del Sagrado Corazón. Mañana estoy invitado a cenar con
el Hno. Alois, prior de la Comunidad de Taizé, que también
participa del Sínodo como “Delegado fraterno” (así se llama a
los representantes de otras comunidades cristianas).
Otra
fuerte experiencia de estos días es la de colegialidad
episcopal. Unidos por la misma
pasión por Jesucristo y su Evangelio, pasión por anunciarlo, pasión
por la Iglesia y los hombres, a quienes queremos ofrecerles la Buena
Nueva que nos llena de alegría y esperanza. Esta pasión compartida
es vivida de maneras tan distintas como somos distintos cada uno de
los casi 250 obispos presentes. Pero ello no obsta para poder
compartir con mucha libertad puntos de vista, acentuaciones e
intereses pastorales diversos. Te impresiona poder levantar la mano y
hablar a la par de algunos pastores “gigantes” por santidad,
sabiduría, experiencia pastoral. Y también compartir con otros de
menor estatura. Siguiendo con la metáfora debo reconocer que también
se encuentra uno con algún “pigmeo”… Al vivir esta experiencia
se me ha hecho más patente aún la dimensión colegial del
ministerio episcopal. Nadie puede ser obispo “en solitario”, como
tampoco presbítero o diácono.
En
este aspecto quiero destacar el hermoso vínculo que hemos creado con
los otros obispos latinoamericanos. No sólo vínculo afectivo, sino
también una común mirada de la realidad y del tema que nos convoca,
un lenguaje común y una referencia constante a Aparecida, que han
llamado la atención y provocado la valoración de muchos. En este
sentido quiero resaltar la figura del actual Presidente del CELAM,
Mons. Carlos Aguiar Retes, que ha sabido provocar esta concreta
manera de vivir nuestro afecto colegial y ponerlo al servicio de la
misión. Lo mismo puedo decirles del vínculo con los otros tres
obispos argentinos (también participa Mons. Héctor Aguer, por
designación papal).
Debo
señalar un tercer elemento que matiza una mirada excesivamente
positiva de cuanto estamos viviendo. Al escuchar a los hermanos
obispos y compartir la vida de sus Iglesias, uno toma conciencia de
cuantas cosas hay que “convertir” entre nosotros. Aparece así
una nostalgia de unidad, de
coherencia, de sencillez evangélica,
Seguramente el Señor está esperando de nosotros una respuesta más
generosa a su don y –quizás- estos días sean una nueva
oportunidad, una nueva llamada en este sentido. Hace 50 años se
abría el Concilio y con ello una nueva esperanza para la Iglesia.
Dios quiera que ahora estemos también a la altura de las
circunstancias para corresponder a este nuevo regalo. Las
circunstancias son igualmente complejas, y en cierto sentido lo son
más todavía, pero el Señor sigue “navegando” con nosotros.
Un
tema muy reiterado en estos días ha sido la necesidad del testimonio
para la nueva evangelización. Los santos son los que mejor han
vivido y mostrado la belleza del Evangelio. A ellos tenemos que mirar
e imitar para avanzar en una evangelización nueva en su ardor,
métodos y expresión. Y así llego al cuarto elemento que quería
compartirles. Después de varios días de escuchar sobre desafíos,
respuestas, proyectos, intentos, programas y objetivos; después de
ver cuántas cosas buenas e importantes se están haciendo en muchas
partes del mundo; después de admirarme por la creatividad, el
ingenio y la parresía
de tantos pastores y fieles; después de todo esto, se me hace cada
vez más clara esta certeza: de poco servirá todo lo que programemos
y soñemos para la nueva evangelización si cada uno de nosotros no
se decide a avanzar con firmeza
y perseverancia en el camino de la propia conversión.
El mejor programa pastoral no alcanza si falta nuestro testimonio
contagioso, radical y perseverante.
Por
ahora nada más. Sigan rezando y también yo lo haré por todos y
cada de ustedes y sus comunidades. Les mando un abrazo fraterno y
cordial, cargado de afecto y gratitud,
+
Carlos
María Franzini
OBISPO
DE RAFAELA
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