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domingo, octubre 21, 2012

CARTA del Obispo de la Diócesis de RAfaela


Roma, 15 de octubre de 2012
A los presbíteros y seminaristas
de la diócesis de Rafaela
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Mis queridos hermanos:

Quiero llegar hasta ustedes a través de esta carta para compartirles algo de la intensa experiencia que estoy viviendo en estos días, al participar de la XIII° Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos. Se trata de una gracia singular que agradezco a Dios y a los hermanos obispos que me eligieron, junto a Mons. Bressanelli y Mons. Lozano, para representarlos en esta ocasión.

Me pregunté cuál sería la mejor forma de hacer partícipe a la diócesis de esta experiencia eclesial y llegué a la conclusión que ustedes, mis “próvidos colaboradores” (y quienes se preparan a serlo), serían los más indicados para transmitir a todas las comunidades, del modo que lo juzguen oportuno, lo que acá les comparto. Ustedes verán si conviene leer algunos párrafos de la carta (no quiero abusar de textos a leer en las misas…), si trabajarlo en los Consejos Pastorales o con algunos agentes pastorales, si hacer Ustedes mismos una presentación sintética... La idea es que la diócesis pueda recibir más palpablemente algo de este momento tan rico de la vida de la Iglesia y del que, providencialmente, estoy siendo un protagonista bastante directo.

Lo primero que quiero compartirles es precisamente la fuerte
sensación de estar siendo acompañado por todos ustedes. A través de distintos modos me llegan testimonios del clima de oración y expectativa que ha suscitado mi presencia en el Sínodo. Esto revela con claridad la naturaleza de una asamblea sinodal. Aunque seamos unos pocos los que la protagonizamos directamente, es toda la Iglesia la que se enriquece. Para ella y para el mejor desarrollo de su misión es que estamos trabajando (¡y mucho!) en estos días. En el mensaje para el inicio del Año de la Fe les decía que los traía en el corazón y los encontraba en cada Eucaristía, pero ahora puedo decirles que constantemente los tengo presentes: al escuchar las intervenciones de los hermanos obispos, al comparar situaciones, al compartir desafíos; en fin, al pensar nuestra realidad pastoral y discernir sus horizontes, inevitablemente vuelvo a la diócesis y pasan por mi cabeza y corazón personas, comunidades, programas en marcha y proyectos. Y también algunas preocupaciones.

No quiero hacer una crónica de estos días que vamos transcurriendo para no quedar en lo anecdótico ni ser demasiado tedioso en mi relato. Sin embargo no puedo dejar de mencionar la misa de apertura del Sínodo, el domingo 7 de octubre, en la plaza de San Pedro. En ella, además, el Papa declaró Doctores de la Iglesia a San Juan de Ávila y a Santa Hildegardis de Brixen. Es muy significativo que el Papa haya querido ligar estas dos figuras a la nueva evangelización: uno fue un santo pastor, auténtico renovador de la vida eclesial de su tiempo, dedicándose a la formación integral de fieles y clero. La otra, una santa monja benedictina, maestra de oración y de sólida espiritualidad. Me parece encontrar aquí dos pistas muy concretas que el Papa nos está proponiendo para avanzar en la nueva evangelización. Junto a esta misa debo mencionar la otra, también celebrada en la plaza de San Pedro el 11 de octubre, para dar inicio formal al Año de la Fe y celebrar los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Además de varios signos muy expresivos tenidos durante la celebración, la presencia del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y del Primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, fueron como un icono de la unidad querida por Jesús y buscada con el Concilio. Las homilías de ambas misas son catequesis extraordinarias del Papa, que merecen la lectura serena, orante y reflexiva de todos nosotros.

En cuanto al desarrollo de la Asamblea he pensado sintetizar mi comentario en cuatro grandes puntos, cada uno de los cuales daría para una más larga y precisa consideración. Sólo apuntaré las líneas fundamentales y dejo para mi regreso su tratamiento más detallado.

Lo primero que quiero señalar es que estamos viviendo una profunda experiencia de catolicidad; es decir, estos días palpamos casi materialmente lo que significa que la Iglesia es “católica”: la diversidad de lenguas, la diversidad de ritos y estilos, la diversidad de itinerarios pastorales y espirituales, la diversidad de historias... Sin embargo esta diversidad se vive en profunda unidad, con la conciencia de una filiación que nos vincula y nos hace hermanos. Filiación y fraternidad que se fundan en el Dios-comunión que todos profesamos en el Credo, pero que se “sacramentaliza” en la Iglesia, con el “padre común” que nos hermana. La figura del Papa marca notablemente estos días. No sólo porque preside las celebraciones eucarísticas comunes o porque participa de casi todas las congregaciones generales (así se llaman las sesiones plenarias), sino porque es referencia permanente de todas las actividades. Su presencia en las congregaciones generales es ejemplar: atenta y discreta, paciente y prolongada. Un ejemplo del valor del “estar gratuito” que debe caracterizar a todo auténtico pastor. La catolicidad se extiende a otras realidades eclesiales, más allá del Sínodo. Recibimos constantes invitaciones de Religiosas, Movimientos, Instituciones que quieren hacernos partícipes de su vida y actividad. De paso les cuento que estuve con la comunidad de Roma de las Asistentes Sociales Misioneras; como siempre, cordiales y acogedoras. También tengo una invitación de la Superiora General de las Esclavas del Sagrado Corazón. Mañana estoy invitado a cenar con el Hno. Alois, prior de la Comunidad de Taizé, que también participa del Sínodo como “Delegado fraterno” (así se llama a los representantes de otras comunidades cristianas).

Otra fuerte experiencia de estos días es la de colegialidad episcopal. Unidos por la misma pasión por Jesucristo y su Evangelio, pasión por anunciarlo, pasión por la Iglesia y los hombres, a quienes queremos ofrecerles la Buena Nueva que nos llena de alegría y esperanza. Esta pasión compartida es vivida de maneras tan distintas como somos distintos cada uno de los casi 250 obispos presentes. Pero ello no obsta para poder compartir con mucha libertad puntos de vista, acentuaciones e intereses pastorales diversos. Te impresiona poder levantar la mano y hablar a la par de algunos pastores “gigantes” por santidad, sabiduría, experiencia pastoral. Y también compartir con otros de menor estatura. Siguiendo con la metáfora debo reconocer que también se encuentra uno con algún “pigmeo”… Al vivir esta experiencia se me ha hecho más patente aún la dimensión colegial del ministerio episcopal. Nadie puede ser obispo “en solitario”, como tampoco presbítero o diácono.

En este aspecto quiero destacar el hermoso vínculo que hemos creado con los otros obispos latinoamericanos. No sólo vínculo afectivo, sino también una común mirada de la realidad y del tema que nos convoca, un lenguaje común y una referencia constante a Aparecida, que han llamado la atención y provocado la valoración de muchos. En este sentido quiero resaltar la figura del actual Presidente del CELAM, Mons. Carlos Aguiar Retes, que ha sabido provocar esta concreta manera de vivir nuestro afecto colegial y ponerlo al servicio de la misión. Lo mismo puedo decirles del vínculo con los otros tres obispos argentinos (también participa Mons. Héctor Aguer, por designación papal).

Debo señalar un tercer elemento que matiza una mirada excesivamente positiva de cuanto estamos viviendo. Al escuchar a los hermanos obispos y compartir la vida de sus Iglesias, uno toma conciencia de cuantas cosas hay que “convertir” entre nosotros. Aparece así una nostalgia de unidad, de coherencia, de sencillez evangélica, Seguramente el Señor está esperando de nosotros una respuesta más generosa a su don y –quizás- estos días sean una nueva oportunidad, una nueva llamada en este sentido. Hace 50 años se abría el Concilio y con ello una nueva esperanza para la Iglesia. Dios quiera que ahora estemos también a la altura de las circunstancias para corresponder a este nuevo regalo. Las circunstancias son igualmente complejas, y en cierto sentido lo son más todavía, pero el Señor sigue “navegando” con nosotros.

Un tema muy reiterado en estos días ha sido la necesidad del testimonio para la nueva evangelización. Los santos son los que mejor han vivido y mostrado la belleza del Evangelio. A ellos tenemos que mirar e imitar para avanzar en una evangelización nueva en su ardor, métodos y expresión. Y así llego al cuarto elemento que quería compartirles. Después de varios días de escuchar sobre desafíos, respuestas, proyectos, intentos, programas y objetivos; después de ver cuántas cosas buenas e importantes se están haciendo en muchas partes del mundo; después de admirarme por la creatividad, el ingenio y la parresía de tantos pastores y fieles; después de todo esto, se me hace cada vez más clara esta certeza: de poco servirá todo lo que programemos y soñemos para la nueva evangelización si cada uno de nosotros no se decide a avanzar con firmeza y perseverancia en el camino de la propia conversión. El mejor programa pastoral no alcanza si falta nuestro testimonio contagioso, radical y perseverante.

Por ahora nada más. Sigan rezando y también yo lo haré por todos y cada de ustedes y sus comunidades. Les mando un abrazo fraterno y cordial, cargado de afecto y gratitud,

+ Carlos María Franzini
OBISPO DE RAFAELA

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